Hay días donde, definitivamente, se me hace difícil sobrellevar mi propia vida. Donde quisiera decir muchas cosas, pero no puedo. Donde, a veces, siento que sin querer me he mudado a un país extranjero porque, aunque por más que trato de hablar de contingencia, tengo que esforzarme desesperadamente para decir algo accidental, sin importancia y que suene hasta chistoso para romper un hielo que jamás estuvo ahí. Claro que también hay días donde todo me sienta bien y donde me manejo a la perfección en el arte de la oratoria.
Pero, ¿eso qué importa? Ya perdí la cuenta de los días...
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