Hoy volví a Santiago. Este fin de semana, por fiestas patrias en Chile, fuimos a Horcón, en la Quinta Región.
Horcón es todo lo que la gente de la ciudad busca: una pequeña playa donde el atardecer se ve hermoso, tardes tranquilas y gente calmada, naturaleza por donde se mire y aire limpio. Yo creo que muchos, los que odian el ritmo de la ciudad, amarían estar ahí o quizás tener una pequeña casa de veraneo.
Sinceramente, yo odio Horcón. Más aún, odio la naturaleza. Sí, me gusta mirarla y estar un rato en ella, pero no soportaría vivir ahí. A mí me gusta Santiago, amo Santiago. Amo ese ritmo de vida agitado, amo los atardeceres tóxicos que se producen, cuando ves el cielo de tantos colores producto del smog; amo el hecho de estar en el centro, donde estoy cerca de todo, amo la infinidad de gente. Lo único en lo que me podría quejar son en los ruidos: nunca falta la moto que me despierta en mitad de la noche, pero no es que le dé mucha importancia a aquello.
Quizás deba ser la juventud, pero siento que lo mío es la ciudad cosmopólita, la ciudad que no duerme. Los viejos se pueden quedar con la quietud, los pajaritos y la gente aburrida. Yo prefiero lo bohemio y lleno de vida.
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