lunes, 8 de agosto de 2011

Del por qué no hay que pedirle deseos a la Vía Láctea

Alguna vez, vi la que creí que sería la estrella más brillante del Universo. Me dejaba encandilada y cada noche la admiraba. Nunca pretendí aprisionarla, pues sé que cuando uno aprisiona las cosas, aquellas pueden volverse en tu contra, así que la dejé libre.

Sin embargo, no quiso. Era feliz en ser la única estrella que estuviese frente a mi ventana todas las noches, siempre vigilante, expectante de lo que yo pudiese hacer. Cada noche, la estrella se acercaba más a mi ventana, hasta que llegó a mi lado. Así que pedí un deseo a la Vía Láctea, pidiendo que la estrella cambiáse su órbita, pues su calor era mucho para un cuerpo normal (y humano) como el mío. Pero el problema es que mi deseo no se concedió...

Ahora, lo único que hago, es cerrar la cortina y no quiero mirar nunca más al cielo. El calor de una estrella me incendió el alma y, sobre todo, el cuerpo, dejando daños en mí y en mi cosmovisión de las cosas. 

Más que nada, quiero borrar el fulgor de la estrella de mi mente... aún cuando sé que eso no cambiará nada de lo que ocurrió. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario